Se enfrenta al espejo, se mira por siglos, fija e inmóvil, tanto que lloran los ojos y los rasgos pierden sentido, son sólo líneas sutiles apenas trazadas sobre otras más firmes. Nada de lo que transcurra por afuera la perturba. Sólo mira, retiene cada gesto, repasa cada accidente, hasta sentirse capaz de dibujarse de memoria.
Sólo entonces cierra los ojos, y cuando vuelve a abrirlos el espejo le devuelve una imagen ajena. Casi la misma, de líneas semejantes, de notas parecidas. Pero los ojos, esos ojos tan western, oscuros como una cuchillada. "Me está mirando", sabe, porque de repente su cuello atardece y se derrama.