Desconocían el placer de las letras despilfarradas, la sabiduría de las coincidencias, el contrapelo eléctrico de las casualidades sublevadas, el placer de extrañar lo único que se desea, la voz implacable de la música compartida, los diferentes tipos de tijeras y cuchillos.
Pudieron mentir pero las mentiras no vinieron a sus dedos. Pudieron evaporarse, pero el calor era demasiado para olvidarlo. Pudieron no volar, pero las alas se amotinaron para llevarlos. Pudieron saber pero las preguntas no quisieron asomarse.
Como no podían resolverlo, eligieron el juego de los espejos y se metieron de lleno en sus deliciosos movimientos complementarios, la fuerza convergente de dos cuerpos que aprendieron a dejarse invadir por lo innegable. Desde entonces se intuyen, apenas un instante antes de saberse se adivinan. Presumen El Perfume y éste se desmorona plácido sobre sus cabezas. Se invitan, se esperan, se anticipan llegando. El calor es el mensaje, la sed, los olores indescifrables. Se presagian cada vez y se sonríen para descuidar la defensa de la boca y poder quemarsela a conciencia.
Porque hace tiempo que decidieron que no quieren ser inofensivos y sin embargo y sin duda les gusta abrazarse cuando el viento es demasiado fuerte.